Por Mateo Pintado Golpe
El Club Atlético Central es una gota de agua en el desierto en el que desgraciadamente se encuentra inmerso el fútbol actual. Un equipo donde lo importante es ayudar a los demás, y sobre todo, pasárselo bien; ya que así fue como nació, como una quimera garabateada en una sucia hoja de papel, alrededor de una botella de ron en un pueblo perdido de Cuba.
Alrededor de una botella de ron
Cuando Jaime Soto Parejo se encontraba en Viñales, un remoto pueblo montañero de Cuba, junto a su hermano tocando canciones alrededor de todo el mundo, bajo el nombre musical de “Mi hermano y yo”, varios tertulianos de un bar de la aldea le tomaron por mentiroso por decir, que algunos de los jugadores del Betis que ese 29 de septiembre habían tumbado a todo un Real Madrid en el Santiago Bernabeu, eran amigos suyos.
Por hache o por be, esa noche, acabó en sus manos una buena botella de ron que fue su compañera e inspiración en aquella madrugada en la que el actual presidente del Atlético Central comenzó a planear cómo sería el equipo de fútbol que crearía al regresar a su amada Sevilla. Un conjunto capaz de aunar a béticos y sevillistas, un equipo sin colores, con el blanco y negro por bandera; y un club de fútbol diferente, que recordase a todo lo que, desafortunadamente por aquel entonces, ya no existía en el mundo del balompié.
La inspiración para el nombre con el que apodó al proyecto de su vida fue también a raíz de ese viaje, donde se encontró a una pareja de artesanos argentinos, hinchas de Central Córdoba y Rosario Central respectivamente, dos clubes totalmente distintos, pero con algo en común, la palabra “Central”. De hecho, el actual escudo del conjunto andaluz tiene un aire parecido al del equipo rosarino.1
El club no nació con un fin económico, sino con la idea de reunir a sus amigos, y hacer lo que más les gusta: tomar cervezas, cantar y jugar al fútbol. Además de la importante labor social, colaborando desde el minuto cero con varias organizaciones solidarias como la Asociación Española Contra el Cáncer o la Fundación Alalá, de la que después hablaremos por qué será clave en el futuro más próximo de la entidad.
“Éramos un equipo profesional, salvo en los sueldos”
En su inicio, el equipo se formó por amigos y conocidos de Jaime, quien les dijo a todos que debían sentirse jugadores profesionales, salvo en el sueldo. Para ello, se ocupó de hacer que fuesen perfectamente vestidos con un uniforme del club, contratar fotógrafos, comprar bebidas isotónicas y darles todo tipo de facilidades a los jugadores para que se sintiesen como en casa.
Al final, ese grupo de amigos que gradualmente fue dejando el césped por motivos personales (paternidad, trabajo, cansancio físico, etc.), acabó logrando tres ascensos consecutivos, y de esta forma llegar a División de Honor, una categoría de mucho prestigio a nivel nacional.
Momentos de dificultad
Tras un inicio de ensueño, la División de Honor se le hizo algo grande a un Atlético Central cuyo presidente reconoce que no se adaptaron con facilidad a la categoría. En su primera temporada en la sexta categoría del fútbol español, estuvieron cerca de descender, y Jesús “Viola”, entrenador de aquella gran cosecha de los años previos, decidió abandonar la entidad con el fin de que estos lograsen salvar la categoría. Y así lo hicieron en la última jornada de la mano de Manuel Luque, que a pesar de aquello, acabó abandonando el Central por la puerta grande a final de temporada. El primer despido de la historia del club, la temporada siguiente, fue sin duda para Jaime “uno de los momentos más difíciles de estos años”, ya que Alejando Ceballos, quien había cogido las riendas del equipo a principios de temporada, se había convertido en uno más de la familia..Finalmente, esa temporada Ché se hizo cargo del grupo, y volvió a salvar al equipo del descenso, sobre la campana.
Este año, con las experiencias previas como guías de lo que no había que hacer, los dirigentes vieron cuál era el método que les podía llevar al ascenso, y tras una gran temporada con Josemi Márquez en el banquillo, los sevillanos lograron su cuarto ascenso en seis años.
Un crecimiento espectacular
Tras un inicio con presupuestos bajos, con tres primeras temporadas en las que ningún jugador cobró ni un céntimo por vestir la camiseta del Central; el equipo blanquinegro llega a una categoría cada vez más profesionalizada, en la cual, según el presidente de la entidad, tendrán que afrontar un presupuesto diez veces mayor al de su primera campaña, la 2018/2019.
Además, el combinado sevillano cuenta con cada vez más masa social, ya que este equipo es diferente al resto. No busca la competitividad, sino que trata de acercarse al concepto del rugby, donde tras los partidos los jugadores de ambos equipos comparten comidas o conciertos juntos y disfrutan de una tarde de diversión. El Central no se centra, valga la redundancia, ni en lo económico ni en la polémica, dos cosas demasiado frecuentes en este deporte hoy en día, sino que es un equipo que recuerda a cuando todo lo que rodeaba al balompié era normal.
Jaime, un romántico del fútbol, me comentaba en la primera conversación que tuvimos, que su sueño sería verse dentro de unos años con el equipo en Primera división, y él, cortando el césped y tomando cervezas con sus amigos de siempre. No querría verse con traje ni con los humos de muchos dirigentes a los que, sin duda, el poder se les ha subido demasiado a la cabeza.
Una próxima mudanza
En cuanto al hogar del club, Jaime considera que el Centro Deportivo Vega de Triana se les ha quedado algo pequeño, y se encuentra en pleno proceso de selección de un nuevo estadio, al que se mudarán próximamente.
Un proyecto que no irá exento de labor social, que continuarán realizando de la mano de la Fundación Alalá, que tiene varios proyectos en alguno de los barrios más deprimidos de la capital hispalense, como en las Tres Mil Viviendas, adonde ya se ha trasladado parte de la cantera del Central.