Dani Olmo y Marco Asensio cayeron a la vez por la causa para demostrar que no hay felicidad completa. Porque hasta que ambos se tendieron sobre el suelo georgiano todo habían sido buenas noticias desde la perspectiva española. El obligado doble cambio al borde del descanso provocó el estreno de Lamine Yamal y la irrupción de Nico Williams, pero la preocupación se trasladaba a la enfermería porque lo del césped estaba liquidado a esas alturas. Los cuatro goles que se habían sellado a esas alturas pudieron ser ocho perfectamente, pero se antojaban más que suficientes. Apocada y timorata como se había mostrado en la previa respecto a temas mucho más importantes, la selección decidió hablar sobre el campo respecto al partido. No es que lo uno compense lo otro, pero los puntos suben al casillero. Falta hacían tras lo de Escocia.
Que Asensio topara con Mamardashvili de salida fue simplemente el anuncio de la que iba a caer. Porque para cuando acertó Morata ya se habían lamentado un disparo de Olmo y un cabezazo de Le Normand que buscaban gol sin encontrarlo. Fue pasados los 20 minutos cuando la puso Asensio desde su lado y cuando la picó el bueno de Alvarito, incrustado entre Goholesishvili y Kvervelia (terror de cronistas esta Georgia) sin superar esta vez la línea. Y a partir de ahí, el diluvio: el que el segundo de los citados en la frase anterior se hizo en propia puerta tras un pase de Fabián, el que negó la tecnología al propio Fabián con una de esas líneas que requieren un acto de fe, el que sacó el meta del Valencia al omnipresente ‘8’ español, el tercero por fin (del que ya pareció salir malparado Olmo) y el doblete de Morata, por fin, tras una pared con el que ustedes pueden imaginar dado el desarrollo del choque.
La escuadra local había sido mucho más ruido que nueces, porque apenas dejó una correría de Kvaratshkelia por la izquierda que no encontró rematador y porque se deshizo cual azucarillo a la que encajó los primeros golpes. La defensa era una verbena, por ejemplo. España se había posicionado desde el clásico 4-3-3 con Rodrigo como faro, con la dupla Le Normand-Laporte encargada en principio de poner unos grilletes que después no resultaron necesarios y con un ballet en tres cuartos que encontraba todo tipo de agujeros. Para haber llegado sin ellas, La Roja se estaba poniendo las botas. Respiraba Luis de la Fuente desde el banqulllo, consciente de que apenas el fútbol puede redimir sus pecados recientes. Con lo que seguramente no contaba, ni él ni nadie en realidad es el recital de la roja.
Entonces llegaron las lesiones, malditas sean. Podía sospecharse que el riesgo de percances y el resultado abultado redundarían en que España bajara un par de marchas, pero eso no va con Gavi: el del casco aún se ganó una tarjeta antes del entreacto. Por lo de siempre: por no perder la intensidad ni para dar las buenas tardes. Nico y Lamine aprovechaban el refrigerio para calentar, se supone que Sagnol lo aprovechó para poner a caldo a su tropa. De paso hizo una triple sustitución y tuvo premio con el gol de Chakvetadze, uno de los que acababa de aparecer. El disparo era poca cosa, pero Unai no anduvo fino y la lluvia hizo el resto. No era el escenario soñado para que amaneciera el segundo acto, pero la distancia resultaba enorme aun así. Por mucho que se ilusionara la grada.
Se trataba, en fin, de hacerse con la pelota otra vez. Y para ello De la Fuente tiró de Merino. Efectivamente la gaseosa local fue perdiendo burbujas y, después de otro aviso de Le Normand, otra vez con la testa, esta vez al palo, el propio Mikel filtró un pase para que Morata firmara el hat-trick. Anda de dulce el muchacho, definitivamente. Abierta Georgia en canal una vez más, Nico y Lamine se apuntaron a la fiesta con el sexto y el septimo. Para entonces el diluvio no era metafórico, caía la del pulo en Tiflis. por entonces se acabó lo que se daba. De hecho el seleccionador había optado por completar su carrusel retirando al goleador y a Rodrigo, que hay partido el martes. A la cancha Joselu y Zubimendi, meritorios de momento en un combinado que tiene hambre. Toda la del mundo. Esta vez el discurso resultó impecable.
Artículo de David Niebla